Popular Culture Association of France

Association Française d'Étude des Cultures Populaires

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«El último indulto», texto realizado por Maëlle MONTREUIL y traducido por Lucie TABOYER, Lisa AUCLAIR et Pierrick SORIN.

, 24 mayo 2019

Vinieron a buscarme hacia las 7:15 am. Todavía era de noche. Me aseguré de haber apagado todo antes de salir y revisé tres veces que la puerta estuviera bien cerrada. Afuera, los edificios me espiaban. Un coche me esperaba, estacionado en doble fila, en la avenida todavía inanimada. Estaba listo, pero extrañamente no tenía miedo. Frente a la puerta del coche que me abrieron me detuve para mirar el cielo y sonreí al conductor. Él ni siquiera se inmutó. Hacía más bien frío, viendo la escarcha en los cristales. Con paso lento, escoltado, miraba por la ventanilla la avenida que desfilaba ante mis ojos: primero las filas de árboles a intervalos regulares que escondían algunas oficinas todavía desiertas instaladas en edificios antiguos. Los almacenes en desuso se cortaban por calles oscuras que me atraían extrañamente. Después vino el turno de las casas de barrios abandonados, parecidas unas a otras, en estado ruinoso, que cerraban la venida.

Esta decoración industrial y sombría me maravillaba. Las personas sentadas a ambos lados de mí me cuidaban y les sonreí. Cruzamos un puente. Quise pararme para admirar el cielo, pero no teníamos tiempo para esa idea caprichosa. Concentrado en contar las farolas del puente que desfilaban a toda prisa ante mis ojos, no pude ver el espectáculo del amanecer en la ciudad todavía dormida.

La otra orilla se vio en unos instantes. Una entrada parecida a una fortaleza inaccesible se presentó ante mis ojos. Hicimos una parada, el conductor se identificó. La puerta se abrió, dejando aparecer una ciudad dentro de la ciudad, un laberinto de calles, callejones y edificios que se mezclaban. Y he ahí, una avenida central que llevaba a un edificio imponente y lúgubre, caso dominando el resto. La avenida pavimentada hacía que la conducción fuera menos agradable. Hombres con caras aburridas caminaban, todos semejantemente vestidos. Todos giraban la cabeza en dirección al coche en el que me encontraba como si los coches no pasaran habitualmente por aquí. Nos dirigimos por la avenida hacia el edificio central. Me esperaba como a un príncipe que vuelve de un largo periplo, un Ulises de los tiempos modernos. Frenamos en seco frente al porche y abrieron mi puerta haciéndome bajar escoltado firmemente. Me arrebató una risa nerviosa. Me miraron de arriba abajo. Delante de mí, escaleras arriba, un hombre, parecía esperarme. Me dirigieron hacia él. Con él estaban otros compañeros. Podíamos leer en sus caras una cierta ansiedad. Estos últimos tapaban la escalinata. Pero, a mi paso se ladeaban dejando ver el letrero de la pared de la entrada principal. En letras doradas se leía: “hospital psiquiátrico: internamiento de urgencia” A partir de este momento estaba en casa.